Borges fluye entre iluminaciones

La escritura de Borges fluye entre iluminaciones, luchando desde la otra cara, el hemisferio que acoge la magia y lo imperceptible, ya habitado entre otros, por PoeDe L’Isle. La posibilidad de asomarse le permitió comprender el tiempo como algo bien distinto. La muerte juega un papel vital en sus páginas. La vida se extingue y llega a su culmen. Tal vez él haya expirado cuando alguien lea Blind Pew, pero eso no quita que al lector le aguarde «incorruptible» el mismo tesoro.

Sabía que en remotas playas de oro
era suyo un recóndito tesoro
y esto aliviaba su contraria suerte;

a ti también, en otras playas de oro,
te aguarda incorruptible tu tesoro:
la vasta y vaga y necesaria muerte.

Puede que exista aquí cierto componente humorístico. El autor se acerca al espectador sonriéndole al son de «ambos somos iguales». Además sitúa aquí el fin del poema. Pero lo hace al estilo del cuento, con un mandoble que te derriba a ti, débil lector, frente a una embestida de pura literatura. La virtud de contar historias le persigue. Es fácil distinguir a un gran amante de los cuentos, incluso cuando se trata de componer versos.

También acecha el devenir, la filosofía de Heráclito de Éfeso (S.V-VI a.c.), cuyos principios de guerra y fuego son símbolos de ese cambio continuo, sin el que la vida y la belleza no serían posibles:

Mirar el río hecho de tiempo y agua
Y recordar que el tiempo es otro río,
Saber que nos perdemos como el río
Y que los rostros pasan como el agua.

Sentir que la vigilia es otro sueño
Que sueña no soñar y que la muerte
Que teme nuestra carne es esa muerte
De cada noche, que se llama sueño.

Ver en el día o en el año un símbolo
De los días del hombre y de sus años,
Convertir el ultraje de los años
En una música, un rumor y un símbolo.

Ver en la muerte el sueño, en el ocaso
Un triste oro, tal es la poesía
Que es inmortal y pobre. La poesía
Vuelve como la aurora y el ocaso.

A veces en las tardes una cara
Nos mira desde el fondo de un espejo;
El arte debe ser como ese espejo
Que nos revela nuestra propia cara.

Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
Lloró de amor al divisar su Itaca
Verde y humilde. El arte es esa Itaca
De verde eternidad, no de prodigios.

También es como el río interminable
Que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
Y es otro, como el río interminable. [1]

En los primeros versos se expresa la esencia fugaz de la vida, lo convulso del tiempo, el constante movimiento inmanente a la existencia. Borges no esconde su amor por la filosofía del Oscuro de Éfeso.

Compara la Ítaca de Ulises con el arte, «un arte de verde eternidad, no de prodigios» y una poesía que «es inmortal y pobre». La creación artística tiene el don de la eternidad, es un bien inesperado que se halla siempre por encima de la materia. Puede verse una gran influencia de los textos clásicos en la extensa obra de Borges. En una entrevista le preguntaron si le gustaba algún escritor nuevo. «Hay un joven Virgilio que comienza con buen pie», contestó.

También evoca a Descartes en sus Meditaciones metafísicas, planteando por enésima vez el enigma de la vigilia y el sueño. No es alguien que se conformara con lo que sus engañosos ojos –antes de ser velados– le mostraron, sino que escudriñaba cada rincón, encontrando conexiones con infinitos tiempos y realidades. Tal vez ese mismo don le llevó finalmente a no morar en ningún tiempo. «Es una de las formas del tedio», dijo una vez sobre la política contemporánea. Dicha información, alimentada con un sinnúmero de comentarios contradictorios y actitudes engañosas sobre los autoritarismos y la Monarquía de su país, podría convertirle en un unzeitgemäß. Un personaje anacrónico, aislado de cualquier vínculo con el momento en que vivió.

Un buen ejemplo de unzeitgemäß es Wagner, que aseguraba estar escribiendo la música del futuro. No obstante, lanzar tal aseveración sobre Borges sería omitir algunos datos vitales. Como por ejemplo el hecho de que por ser partidario de los aliados durante la II Guerra Mundial fuera penalizado por el gobierno de Perón, que lo degradó del modesto cargo que ocupaba —auxiliar tercero en una biblioteca municipal del barrio Sur— a «inspector de aves de corral». O su opinión sobre el nacionalismo: «Idolatrar un adefesio porque es autóctono, dormir por la patria, agradecer el tedio cuando es de elaboración nacional, me parece un absurdo».

Con todo, en otra ocasión aceptó una condecoración del general Pinochet y la junta militar argentina. Condenar el nacionalismo y apoyar un régimen militar sanguinario durante su primera etapa son, sin duda, movimientos de hombres distintos, que si tuvieran oportunidad se acuchillarían entre sí. Él decía que su país y América Latina no estaban preparados para la democracia, y tal vez fuera ese escepticismo el que le llevara a conformarse con un gobierno autoritario. Pero en sus adentros, un «anarquista spenceriano», que buscaba un mínimo de estado y un máximo de individuo, no adoraría a quien vulneraba de tal forma la libertad humana.

Nuestro poeta era un hombre que se identificaba hondamente con el idealismo del obispo Berkeley, quien postuló que la realidad no existía, que sólo existía ese espejismo, o ficción cósmica, nuestras ideas o fantasías de la realidad. Él vivía en un espectáculo colmado de Ficciones, envuelto en ellas y alejado de cualquier espacio-tiempo que tratara de agarrarle para sus fines. Si bien sus pintorescas actitudes políticas y su obra no deben ser desligadas, debe comprenderse que cuando él crecía, creaba y amaba, era lejos de la tierra. «La poesía vuelve como la aurora y el ocaso», escribió, porque por muy adversas que sean las circunstancias, por sangrienta que sea la batalla desgarrando el camino, la poesía siempre tornará. Borges se aventuró a transmitir la esencia del arte, adentrándose hasta el alma de la creación e ignorando cualquier tipo de mandato, excepto el de la eternidad. ♦


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Jorge Luis Borges, junto a Esteban Moore, en Buenos Aires, 1975


[1] Arte poética, de Jorge Luis Borges.

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