Autor: Jorge Raya Pons

Suelo decir que soy de Castellón, como si fuera este un atributo en sí mismo. Nací en 1992 y soy periodista porque siempre me sentí así. Cuando escribo, me esfuerzo por aplicar aquel principio de García Márquez por el que uno tiene que desafiarse en cada texto a escribir lo mejor que se haya escrito nunca. Lo hago sabiendo que esta es una tarea imposible, pero que cuando termina acaba imprimiendo en la nota una esencia de esa voluntad, y eso sirve de consuelo.

Recuérdame cuando yazga en la tierra

Hacía ya horas que el río estaba a oscuras. No había luz y no había ruido. Su cuerpo vestido dentro del Mississippi, a su paso por Memphis, sin luz y en calma, fue primero arrastrado y después sumergido por la corriente que dejó a su paso un barco grande.
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Jean Lartéguy, mirada alta

Uno puede imaginarlo todavía. Jean Lartéguy, mirada alta. Chaqueta oscura de pana, camisa blanca de cuello fino. Un botón por cruzar, sin corbata. Gaullista, escéptico, lúcido. De palabras y silencios, hombre de derrota. Lartéguy fue la clase de soldado para quien morir en batalla –rostro firme, arma empuñada– es la forma más noble de hacerlo. A Lartéguy le repugnaba la intelectualidad francesa que, apoltronada en sus sillones, bebiendo whiskey caro, con las piernas cruzadas y fumando de pipa, juzgaba los métodos de guerra de sus tropas y relativizaba las intenciones del enemigo. Nació en el Valle del Marne, el 5 de septiembre de 1920, y murió un día como hoy, hace cinco años, en París. Lartéguy avanzaba donde las bombas abrían camino. (más…)

Szymborska, ojos oscuros

Szymborska quería tener los ojos claros solo porque los suyos eran oscuros. Tantas veces deseamos ser quienes no somos. Pero ella, Wislawa, supo ser única en el modo en que lo son unos pocos dedos. Ella fue voz y parte; ella fue tortura y aliento. Un día escribió que debían ser dos por cada mil personas a quienes les gusta la poesía: “como les gusta la sopa de caldo/ como les gustan los cumplidos y el color azul” [1]. En tiempos de podredumbre su inspiración se reveló como luz que guía, tardíamente reconocida. (más…)

Juan Rulfo no escribía santos

Juan Rulfo no escribía santos. Por eso dijo un día que debió nacer de noche. Por tanta oscuridad, por tanta mala sombra. No es fácil leerlo sin caer abatido de la tristeza o aturdido por su talento. Luego se dejó morir, o se secó, o se recluyó en sí mismo, abrasado por la canícula del tiempo, intimidado por la gloria de Pedro Páramo. Rulfo fue por tres años el mejor escritor sobre la Tierra; no parió México un narrador igual. (más…)

Algo de cierto hay en Gabriel

Algo de cierto hay en Gabriel García Márquez: nadie le conoció en absoluto. «Desde chiquitito, Gabito siempre ha sido un mentiroso. En toda su vida no ha hecho otra cosa que contar mentiras», reconoció en una entrevista su padre. Como en aquel cuento de Raymond Carver en el que una madre cree que su hijo siempre fue un buen chico «si dejamos aparte sus arrebatos y el hecho de que nunca dijera la verdad».

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Roberto Saviano: Romeo y Giuseppe

No es una historia de amor. Es una historia de venganza. Romeo y Giuseppe tan sólo eran unos críos. Sin escrúpulos ni valores, potenciales criminales o criminales de facto. Pero tan sólo unos críos. Quisieron ser los amos de la ciudad. Con sus normas, sus principios y su justicia. Quisieron desafiar al poder. Al verdadero Estado. Al galán de las normas. A la fuerte justicia. En otras palabras, la Camorra. Ahora están muertos. (más…)